Editorial
 

ENVIADOS A ANUNCIAR EL EVANGELIO DEL REINO DE LA VIDA 
 
Este es el título de uno de los temas del Documento de Aparecida que define la identidad de los discípulos misioneros de Jesucristo. El discípulo misionero del Señor es testigo y portador de la vida como acontecimiento central del Reinado de Dios: allí donde Dios está, la vida surge abundante y plena.
 
Dios no sabe de muertes, Él sabe de la vida y de la vida en plenitud; por eso dice el Apóstol San Pablo que quien no está en Dios está muerto ( cf. Ef 2 ). La opción por Cristo es cuestión de vida o muerte; precisamente en esto radica la importancia y la radicalidad de la obra de la Iglesia: la Iglesia está en el mundo como la que sirve al don de la vida y a su plenitud. En este sentido, la Iglesia es una madre que da vida por siempre; como su esposo (Cristo), la Iglesia es una madre siempre joven, siempre nueva, siempre capaz de dar vida, la vida divina, capaz de suscitar en muchos la vida del Autor de la vida.

La tarea misionera y la obra pastoral tienen el sello del Señor y Dador de Vida. Así, toda misión y pastoral en la Iglesia va favoreciendo la acogida y la plenitud de la vida, iniciando con las virtudes de la fe, la esperanza y el amor en Cristo, y, continuando con otras virtudes propias de la alegre y plena existencia humana: unidad, comunión, verdad, misericordia, justicia, fraternidad, generosidad, solidaridad, humildad y sencillez de vida.

"Jesucristo, verdadero hombre y verdadero Dios, con palabras y acciones, con su muerte y resurrección, inaugura en medio de nosotros el Reino de vida del Padre, que alcanzará su plenitud allí donde no habrá más "muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor, porque todo lo antiguo ha desaparecido" (
Ap 21,4 )" (Aparecida, 143).

Todo discípulo de Jesús es partícipe de su misión estando vinculado personalmente a Él desde el Bautismo, y cumplir el encargo de anunciar el evangelio del Reino a todas las naciones (
cf. Mt 28,19; Lc 24,46-48 ) no es algo optativo sino una necesidad de su ser cristiano, es parte de su identidad, forma parte del gozo del seguimiento y del estar con el Señor de la Vida, gozo que no se puede contener y que en sí es una fiesta de la dignidad y la grandeza que el hombre obtiene en Cristo.

"Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva" (
cf. Ez 18,23 ) y por eso "el discípulo misionero de Jesús ha de ser un hombre o una mujer que hace visible el amor misericordioso del Padre, especialmente a los pobres y pecadores" (Aparecida 147).

Podemos decir que una labor de Iglesia o de fe es de Dios cuando favorece el surgimiento de la vida, la alegría de vivir y la capacidad no sólo de conservar la vida sino de promoverla y ponerla en dimensiones de eternidad. Para vivir nos hizo Dios y para que tengamos vida en abundancia vino el Hijo de Dios al mundo (
cf. Jn 10,10 ).

Qué bueno y qué gozoso es que siempre, pero todavía más en el tiempo pascual, podamos cantar: "la muerte, ¿dónde está la muerte?, ¿dónde está mi muerte?, ¿dónde su victoria?" (Canto de la liturgia católica) y, más aún, con el Apóstol San Pablo dar gracias a Dios que nos da la victoria sobre el pecado y la muerte por medio de nuestro Señor Jesucristo (
Cf. 1 Co 15,54-57 ).

Pbro. Ovidio Giraldo Velásquez
Red de Nueva Evangelización


Fecha: 21 de Mayo de 2015
Lugar: Colombia
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