Editorial diciembre
EDITORIAL 
NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE: 
LA MADRE, LA EVANGELIZADORA Y 

LA EMPERATRIZ DE AMÉRICA

12 de diciembre de 2019 | Juan José Gómez G.  Wikipedia. Org.

Cuando la Purísima Señora quería convencer a san Juan Diego de que no se preocupara por el estado de salud de su tío, Juan Bernardino, sino que dejándole a Ella ese cuidado cumpliera su mandato de ir a llevar por cuarta vez su mensaje al obispo fray Juan de Zumárraga, pidiéndole que erigiera un templo en la colina del Tepeyac, según la narración del “Nican mopohua” le dijo al afortunado indígena como supremo argumento para que no vacilara “¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu Madre”? 

Con estas alentadoras palabras, santa María de Guadalupe, la hermosa y virginal Señora de los cielos y de la tierra, la que llevaba en su castísimo seno al Niño Dios, verdadero Sol de Justicia y Caridad, dejó sentada una verdad tan consoladora como misericordiosa, según la cual Ella confirmaba las palabras de Jesús Crucificado en el Calvario a su afligida madre y a Juan, su discípulo predilecto: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” y “He ahí a tu Madre”. (Jn. 19. 26,27) 

Ha quedado, pues, establecida para siempre por el Hijo y por la Madre la sublime maternidad divina de la reina de toda la creación para sus hijos mortales, que, aunque maculados por la culpa siempre serán acogidos con amorosa solicitud por la que ha sido llamada “Refugio de pecadores” y “Consuelo de los afligidos” y ha sido en el nuevo mundo, en el que no hacía muchos años había sido descubierto por la feliz equivocación de un navegante genovés y el apoyo de una inteligente y piadosa reina castellana, donde ha tenido lugar ese prodigio que de una manera admirable significaba que el cielo se juntaba con la tierra para iniciar la evangelización de ese recién descubierto territorio, que siglos después un santo y sabio pontífice bautizaría con el nombre de “el continente de la Esperanza”. 

No era la Señora Guadalupana una mujer con piel y facciones indígenas como la han descrito muchos historiadores y promotores de la fe y como la cantó un famoso compositor mejicano que la llamó “la virgen morena”. Tampoco su aspecto era el de una europea, o mejor el de una dama española perteneciente a la nobleza de aquellos tiempos. Lo que realmente parece —y eso se puede descubrir con una cuidadosa observación— es una hermosa mujer producto de un glorioso mestizaje, en la que se funden las dos razas que por largos años sostuvieron un cruel enfrentamiento guerrero, porque una quería dominar y la otra no aceptaba la dominación, por lo que la aparición de la Virgen y su revelación a los indígenas san Juan Diego y a su tío Juan Bernardino, significaba que en Ella quedaba resuelta toda confrontación y pacificado todo conflicto. 

La Virgen de Guadalupe fue la verdadera potenciadora de la evangelización americana. Sin ella, sin su maternal presencia, sin su poderosa protección de los primitivos pobladores y sus descendientes que habitaban el valle de Méjico y territorios vecinos, el proceso de cristianizar a los indígenas hubiera sido mucho más lento y difícil porque faltaba el prodigio de su descenso a la tierra para afirmar, como lo hizo por la gracia de Dios, que Ella era la Madre de todos y por serlo no aceptaba que sus hijos pelearan entre sí, de manera que Ella era la portadora de la paz y la que reiteraba el himno que cantaron los ángeles en la noche de Belén: “Gloria a Dios en el Cielo y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”

Con el paso de los años la protección de Santa María de Guadalupe aumentaba y se hacía sentir no solo entre sus hijos mejicanos sino en todo el extenso territorio continental del nuevo mundo y aún en otros lugares del planeta. De ahí que a nadie extrañara que, al llegar a los quinientos años del descubrimiento de América, Ella se hubiera convertido en el precioso símbolo de la americanidad, por lo cual, poco tiempo después el Pontífice san Juan Pablo II, quien sentía una notable predilección por la Virgen del Tepeyac, con ocasión de la elevación a la gloria de los altares de Juan Diego, hecho que se realizó en la propia basílica guadalupana, la hubiera proclamado Emperatriz de América y con tan magnífico título que se agrega a otros de notable significado, usando en primer lugar el mismo que ella se adjudicó y que corresponde al más preciado por nosotros, la saludemos en esta nueva efeméride de su presencia terrenal con el dulce nombre de Madre y le roguemos que nos reconcilie con su Hijo Divino y que interceda para que cesen los conflictos que se presentan ahora en las naciones americanas, donde una perversa doctrina que predica una sociedad sin Dios intenta adueñarse de los destinos de esos países. Digámosle que en Ella confiamos porque la reconocemos como la clemente, la piadosa y la dulce siempre Virgen María.

Fuente: diciembre 12,  2019  lalinternaazul@wp  0 Otros temas, Primer plano, Religión,

Fecha: 12 de Diciembre de 2019
Lugar: Colombia
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